Texto: Juan Ramón Sanz Villa.
Un gesto habitual, intrascendente:
ir a la cocina armado con un vaso y abrir un grifo para llenarlo y calmar
nuestra sed. Y una vez saciados, cerrar el grifo, que nos esperará paciente hasta
la próxima vez que tengamos que recurrir a él para lavarnos las manos, llenar
una cacerola, fregar, tirar de la cadena o lo que se nos quiera ocurrir o
necesitar.
No siempre fue un gesto posible.
De hecho, podemos poner fecha en Madrid al momento exacto en que pudimos
empezar a realizarlo. Al menos el del origen de esta posibilidad, ya que
todavía se tardarían varias décadas en conseguir que todos los madrileños pudieran tener
agua corriente en sus pisos, o al menos en sus edificios. Nos situamos en el 24 de
junio de 1858.
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Inauguración de las obras del canal de Isabel II. Fotografía de Charles Clifford |
Ese día, una multitud se reunió
en la calle de San Bernardo para asistir a la inauguración de las obras del Canal
de Isabel II, que traía el agua del rio Lozoya a Madrid. Frente
a la iglesia de Montserrat se había instalado una fuente de considerables
dimensiones, que luego se trasladaría primero a la Puerta del Sol, y a la glorieta de Cuatro
Caminos después y que hoy todavía puede verse en la Casa de Campo de Madrid.
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Un río puesto en pie. La fuente de la Puerta del Sol en 1860 MH 4009 |
De su potente surtidor brotaría “un
río puesto en pie” según se lee en las crónicas del momento. A partir de este
momento a red de canalización se extendería por toda la ciudad, por algunas
partes antes que por otras. A finales del siglo XIX todavía había zonas donde
el agua no llegaba. Y tampoco llegaba a los pisos más altos, ya que problemas
con la presión del agua impedían que esta se pudiera levantar a una gran
altura.
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Botijero, con su cesta para los vasos. MH 7419. |
Antes de eso cada madrileño tenía
que aprovisionarse acudiendo a las fuentes públicas esparcidas por la ciudad y
acarrear el agua a sus domicilios. Eso, o gastarse un dinero en contratar los
servicios de uno de los profesionales más característicos de las ciudades durante
el Antiguo Régimen: El Aguador.
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Aguador de Madrid. MH 7789. |
Había aguadores de muchos tipos. Tenemos los Aguadores
ambulantes o botijeros, que portaban botijos o cántaros y cestas con varios
vasos para dar de beber a los transeúntes. Los más sofisticados tenían una
especia de bandeja con una o varias botellas que tenían diferentes sabores, ya
que se les añadía anís o limón. Cada uno tenía su especialidad. Muchas veces se
encontraban en lugares donde se congregaban multitudes como en las plazas de
toros o en los puntos de mayor tránsito de la ciudad. Una evolución de este
aguador la encontramos en los puestos conocidos como Aguaduchos, unos
tenderetes fijos donde no sólo se podía consumir agua, sino también horchata
natural, granizado de limón y, sobre todo, el agua de cebada y que en el siglo
XX fueron sustituidos por kioscos o bares al aire libre.
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Un aguaducho. Escena de la zarzuela Agua, azucarillos y aguardiente. Obra de Ángel Lizcano y Monedero. MH 8221 |
Pero estos aguadores no realizaban el servicio público
del reparto a domicilio. Ese trabajo lo realizaban los Aguadores de cuba.
Un oficio durísimo que obligaba a sus profesionales a subir y bajar un sinnúmero
de escaleras cargados con toneles de entre 20 y 40 litros de capacidad, independientemente
de las condiciones climáticas del día. “Con lluvias, nieves y fiestas, siempre
con la cuba a cuestas” se lee en este documento conservado en el Museo de
Historia de Madrid, donde además vemos a varios de estos aguadores descansando
en la Fuente de San Juan.
Con lluvias, nieves y fiestas, siempre con la cuba a cuestas. MH 2015/17/4
Y es que muchos grabados de la época nos los muestran
sentados, de charla, jugando a las cartas o reparando su calzado alrededor de
las fuentes, o sencillamente descansando mientras esperan su turno para
rellenar su cuba y reanudar su trabajo. Acarreándola con la única ayuda de la
albardilla, un trozo grueso de cuero almohadillado en su hombro izquierdo donde
sostenían el peso. Muchas veces los vemos vestidos con traje típico asturiano,
ya que según el estudio de Juan Jiménez Mancha Asturianos en Madrid: los oficios
de las clases populares, casi el 95% de los aguadores eran asturianos y, de
entre ellos, un 33% procedía de la localidad de Tineo.
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Aguador. Grabado de la Ilustración Española y Americana MH 2003/17/118 |
Estos datos se conocen porque el Ayuntamiento de
Madrid era quien concedía la licencia de aguador y hacía rellenar a sus
solicitantes unos formularios donde se consignaban una serie de datos que
facilitaran su reconocimiento por parte de los clientes y de las autoridades.
Vemos por ejemplo los datos de Pedro de los Corrales para dar servicio en la Fuente de Capellanes. Además de su nombre y de su origen se
consigna su estado civil (casado) edad (28), altura (cumplida), el color de su piel (trigueño), el de su cabello (negro), y el de sus ojos (pardos). A estos datos se les añade la
forma de su nariz (regular) y una descripción de su barba (clara).
Expediente del Archivo de Villa 44-327-6Seguimos a Juan Jiménez Mancha cuando dice que “Al no
estar popularizado el uso de la fotografía, y menos para fines administrativos,
se hacía necesaria una descripción lo más somera posible de quienes entraban de
un modo continuo en la casi totalidad de los hogares”. Los aguadores llegaban a
ser casi parte de la familia y la principal cualidad que les adornaba no era
tanto su capacidad de trabajo o su fuerza, que también, sino su honradez.
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La fuente de Puerta Cerrada», de Francisco Lameyer, mediados del siglo XIX Bellas Artes (Revista del Círculo de Bellas Artes de Madrid), 1927. Hemeroteca Municipal de Madrid |
El Ayuntamiento determinaba además la cantidad de
aguadores que podía soportar una fuente pública, en virtud del caudal que cada
una pudiera tener y determinaba además el número de caños que cada fuente debía
dedicar al consumo público y los que podían utilizar los aguadores. La
Biblioteca Histórica conserva un reglamento de “Aguadores de número” que ordena
e intenta prevenir los posibles conflictos surgidos del mal uso del agua de las
fuentes públicas.
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Reglamento orgánico para la matrícula, servicio y tarifas de los aguadores de número. Biblioteca Histórica Municipal, FM 1057 |
En el reglamento se consigna la forma de acceder a
este puesto de trabajo, se prevén sanciones para aquellos aguadores que
utilizaran otra fuente distinta a la inicialmente asignada. También se
determina la cantidad de cubas que pueden rellenar (30 cubas de 33 litros en
1874) y la fianza que debían depositar para poder realizar su trabajo. Se
menciona que las roturas o sequías de las fuentes no daban derecho al
trabajador a ningún tipo de rebaja en el precio de las licencias. También se
les obligaba a ponerse a disposición de la autoridad para suministrar agua en
caso de incendio y de ayudar a los bomberos en su extinción.
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John Todd. Aguador con sombrilla (1826). MH 2006/6/5 |
Se dedicaban al suministro público 22 fuentes,
procedentes de 5 Viajes de agua diferentes. Algunas son fuentes de campanillas,
monumentales, orgullo de la Villa, como puede ser la propia Fuente de Cibeles,
dedicada al mismo tiempo a embellecer la ciudad y a dotarla de recursos
hídricos. Otras fuentes son más modestas y apenas han dejado huella en la memoria
popular, como la Fuente de la Calle del Soldado, del Viaje de la Castellana.
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Aguador de la Fuente de Cibeles en Madrid. MH 3959 |
Cada fuente tenía uno o dos encargados que, con el nombre
de cabezaleros, organizaban el suministro a los aguadores asignados a ellas y
prevenían los posibles conflictos que se podían dar con los vecinos, ya que
estaba completamente prohibido entorpecer el paso de las aguas por los caños
destinados a la vecindad. Leemos:
“Los cabezaleros tiene la obligación de impedir que
se laven ropas, verduras, cacharros, ollas o marmitas de rancho; que se bañen
perros u otros animales, que abreven caballerías ni se arrojen inmundicias
dentro de los pilones de las fuentes, conservando en ellos el agua, y haciendo
que por los llenadores se limpien con la frecuencia necesaria.”
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Trabajos de relleno de las cubas en la Fuente del Berro (1868) |
Dice Jiménez Mancha que en 1924 quedaban todavía una
docena de aguadores prestando servicio en la ciudad, cobrando muy caro su
trabajo. Un trabajo que como el de las lavanderas, los serenos, los mozos de
cuerda, los esportilleros, los carboneros, etc. acabó sucumbiendo al progreso a
pesar de su enorme trascendencia para la ciudad.
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