Un gesto habitual, intrascendente: ir a la cocina armado con un vaso y abrir un grifo para llenarlo y calmar nuestra sed. Y una vez saciados, cerrar el grifo, que nos esperará paciente hasta la próxima vez que tengamos que recurrir a él para lavarnos las manos, llenar una cacerola, fregar, tirar de la cadena o lo que se nos quiera ocurrir o necesitar.
No siempre fue un gesto posible. De hecho, podemos poner fecha en Madrid al momento exacto en que pudimos empezar a realizarlo. Al menos el del origen de esta posibilidad, ya que todavía se tardarían varias décadas en conseguir que todos los madrileños pudieran tener agua corriente en sus pisos, o al menos en sus edificios. Nos situamos en el 24 de junio de 1858.
Inauguración de las obras del canal de Isabel II. Fotografía de Charles Clifford |
Un río puesto en pie. La fuente de la Puerta del Sol en 1860 MH 4009 |
De su potente surtidor brotaría “un río puesto en pie” según se lee en las crónicas del momento. A partir de este momento a red de canalización se extendería por toda la ciudad, por algunas partes antes que por otras. A finales del siglo XIX todavía había zonas donde el agua no llegaba. Y tampoco llegaba a los pisos más altos, ya que problemas con la presión del agua impedían que esta se pudiera levantar a una gran altura.
Botijero, con su cesta para los vasos. MH 7419. |
Aguador de Madrid. MH 7789. |
Un aguaducho. Escena de la zarzuela Agua, azucarillos y aguardiente. Obra de Ángel Lizcano y Monedero. MH 8221 |
Aguador. Grabado de la Ilustración Española y Americana MH 2003/17/118 |
Estos datos se conocen porque el Ayuntamiento de Madrid era quien concedía la licencia de aguador y hacía rellenar a sus solicitantes unos formularios donde se consignaban una serie de datos que facilitaran su reconocimiento por parte de los clientes y de las autoridades. Vemos por ejemplo los datos de Pedro de los Corrales para dar servicio en la Fuente de Capellanes. Además de su nombre y de su origen se consigna su estado civil (casado) edad (28), altura (cumplida), el color de su piel (trigueño), el de su cabello (negro), y el de sus ojos (pardos). A estos datos se les añade la forma de su nariz (regular) y una descripción de su barba (clara).
Expediente del Archivo de Villa 44-327-6
Seguimos a Juan Jiménez Mancha cuando dice que “Al no estar popularizado el uso de la fotografía, y menos para fines administrativos, se hacía necesaria una descripción lo más somera posible de quienes entraban de un modo continuo en la casi totalidad de los hogares”. Los aguadores llegaban a ser casi parte de la familia y la principal cualidad que les adornaba no era tanto su capacidad de trabajo o su fuerza, que también, sino su honradez.
La fuente de Puerta Cerrada», de Francisco Lameyer, mediados del siglo XIX Bellas Artes (Revista del Círculo de Bellas Artes de Madrid), 1927. Hemeroteca Municipal de Madrid |
El Ayuntamiento determinaba además la cantidad de aguadores que podía soportar una fuente pública, en virtud del caudal que cada una pudiera tener y determinaba además el número de caños que cada fuente debía dedicar al consumo público y los que podían utilizar los aguadores. La Biblioteca Histórica conserva un reglamento de “Aguadores de número” que ordena e intenta prevenir los posibles conflictos surgidos del mal uso del agua de las fuentes públicas.
Reglamento orgánico para la matrícula, servicio y tarifas de los aguadores de número. Biblioteca Histórica Municipal, FM 1057 |
John Todd. Aguador con sombrilla (1826). MH 2006/6/5 |
Aguador de la Fuente de Cibeles en Madrid. MH 3959 |
Cada fuente tenía uno o dos encargados que, con el nombre de cabezaleros, organizaban el suministro a los aguadores asignados a ellas y prevenían los posibles conflictos que se podían dar con los vecinos, ya que estaba completamente prohibido entorpecer el paso de las aguas por los caños destinados a la vecindad. Leemos:
Trabajos de relleno de las cubas en la Fuente del Berro (1868)
Dice Jiménez Mancha que en 1924 quedaban todavía una docena de aguadores prestando servicio en la ciudad, cobrando muy caro su trabajo. Un trabajo que como el de las lavanderas, los serenos, los mozos de cuerda, los esportilleros, los carboneros, etc. acabó sucumbiendo al progreso a pesar de su enorme trascendencia para la ciudad.