martes, 21 de marzo de 2023

El Día Mundial del Agua: Los aguadores de cuba

Un gesto habitual, intrascendente: ir a la cocina armado con un vaso y abrir un grifo para llenarlo y calmar nuestra sed. Y una vez saciados, cerrar el grifo, que nos esperará paciente hasta la próxima vez que tengamos que recurrir a él para lavarnos las manos, llenar una cacerola, fregar, tirar de la cadena o lo que se nos quiera ocurrir o necesitar. 

No siempre fue un gesto posible. De hecho, podemos poner fecha en Madrid al momento exacto en que pudimos empezar a realizarlo. Al menos el del origen de esta posibilidad, ya que todavía se tardarían varias décadas en conseguir que todos los madrileños pudieran tener agua corriente en sus pisos, o al menos en sus edificios. Nos situamos en el 24 de junio de 1858.

Inauguración de las obras del canal de Isabel II. Fotografía de Charles Clifford

Ese día, una multitud se reunió en la calle de San Bernardo para asistir a la inauguración de las obras del Canal de Isabel II, que traía el agua del rio Lozoya a Madrid. Frente a la iglesia de Montserrat se había instalado una fuente de considerables dimensiones, que luego se trasladaría primero a la Puerta del Sol, y a la glorieta de Cuatro Caminos después y que hoy todavía puede verse en la Casa de Campo de Madrid.

Un río puesto en pie. La fuente de la Puerta del Sol en 1860 MH 4009

De su potente surtidor brotaría “un río puesto en pie” según se lee en las crónicas del momento. A partir de este momento a red de canalización se extendería por toda la ciudad, por algunas partes antes que por otras. A finales del siglo XIX todavía había zonas donde el agua no llegaba. Y tampoco llegaba a los pisos más altos, ya que problemas con la presión del agua impedían que esta se pudiera levantar a una gran altura.

Botijero, con su cesta para los vasos. MH 7419.

Antes de eso cada madrileño tenía que aprovisionarse acudiendo a las fuentes públicas esparcidas por la ciudad y acarrear el agua a sus domicilios. Eso, o gastarse un dinero en contratar los servicios de uno de los profesionales más característicos de las ciudades durante el Antiguo Régimen: El Aguador.

Aguador de Madrid. MH 7789.


Había aguadores de muchos tipos. Tenemos los Aguadores ambulantes o botijeros, que portaban botijos o cántaros y cestas con varios vasos para dar de beber a los transeúntes. Los más sofisticados tenían una especia de bandeja con una o varias botellas que tenían diferentes sabores, ya que se les añadía anís o limón. Cada uno tenía su especialidad. Muchas veces se encontraban en lugares donde se congregaban multitudes como en las plazas de toros o en los puntos de mayor tránsito de la ciudad. Una evolución de este aguador la encontramos en los puestos conocidos como Aguaduchos, unos tenderetes fijos donde no sólo se podía consumir agua, sino también horchata natural, granizado de limón y, sobre todo, el agua de cebada y que en el siglo XX fueron sustituidos por kioscos o bares al aire libre.

Un aguaducho. Escena de la zarzuela Agua, azucarillos y aguardiente. Obra de Ángel Lizcano y Monedero. MH 8221
Pero estos aguadores no realizaban el servicio público del reparto a domicilio. Ese trabajo lo realizaban los Aguadores de cuba. Un oficio durísimo que obligaba a sus profesionales a subir y bajar un sinnúmero de escaleras cargados con toneles de entre 20 y 40 litros de capacidad, independientemente de las condiciones climáticas del día. “Con lluvias, nieves y fiestas, siempre con la cuba a cuestas” se lee en este documento conservado en el Museo de Historia de Madrid, donde además vemos a varios de estos aguadores descansando en la Fuente de San Juan.

Con lluvias, nieves y fiestas, siempre con la cuba a cuestas. MH 2015/17/4

Y es que muchos grabados de la época nos los muestran sentados, de charla, jugando a las cartas o reparando su calzado alrededor de las fuentes, o sencillamente descansando mientras esperan su turno para rellenar su cuba y reanudar su trabajo. Acarreándola con la única ayuda de la albardilla, un trozo grueso de cuero almohadillado en su hombro izquierdo donde sostenían el peso. Muchas veces los vemos vestidos con traje típico asturiano, ya que según el estudio de Juan Jiménez Mancha Asturianos en Madrid: los oficios de las clases populares, casi el 95% de los aguadores eran asturianos y, de entre ellos, un 33% procedía de la localidad de Tineo.

Aguador. Grabado de la Ilustración Española y Americana MH 2003/17/118

Estos datos se conocen porque el Ayuntamiento de Madrid era quien concedía la licencia de aguador y hacía rellenar a sus solicitantes unos formularios donde se consignaban una serie de datos que facilitaran su reconocimiento por parte de los clientes y de las autoridades. Vemos por ejemplo los datos de Pedro de los Corrales para dar servicio en la Fuente de Capellanes. Además de su nombre y de su origen se consigna su estado civil (casado) edad (28), altura (cumplida), el color de su piel (trigueño), el de su cabello (negro), y el de sus ojos (pardos). A estos datos se les añade la forma de su nariz (regular) y una descripción de su barba (clara).


Expediente del Archivo de Villa 44-327-6

Seguimos a Juan Jiménez Mancha cuando dice que “Al no estar popularizado el uso de la fotografía, y menos para fines administrativos, se hacía necesaria una descripción lo más somera posible de quienes entraban de un modo continuo en la casi totalidad de los hogares”. Los aguadores llegaban a ser casi parte de la familia y la principal cualidad que les adornaba no era tanto su capacidad de trabajo o su fuerza, que también, sino su honradez.

La fuente de Puerta Cerrada», de Francisco Lameyer, mediados del siglo XIX Bellas Artes (Revista del Círculo de Bellas Artes de Madrid), 1927. Hemeroteca Municipal de Madrid

El Ayuntamiento determinaba además la cantidad de aguadores que podía soportar una fuente pública, en virtud del caudal que cada una pudiera tener y determinaba además el número de caños que cada fuente debía dedicar al consumo público y los que podían utilizar los aguadores. La Biblioteca Histórica conserva un reglamento de “Aguadores de número” que ordena e intenta prevenir los posibles conflictos surgidos del mal uso del agua de las fuentes públicas.

Reglamento orgánico para la matrícula, servicio y tarifas de los aguadores de número. Biblioteca Histórica Municipal, FM 1057


En el reglamento se consigna la forma de acceder a este puesto de trabajo, se prevén sanciones para aquellos aguadores que utilizaran otra fuente distinta a la inicialmente asignada. También se determina la cantidad de cubas que pueden rellenar (30 cubas de 33 litros en 1874) y la fianza que debían depositar para poder realizar su trabajo. Se menciona que las roturas o sequías de las fuentes no daban derecho al trabajador a ningún tipo de rebaja en el precio de las licencias. También se les obligaba a ponerse a disposición de la autoridad para suministrar agua en caso de incendio y de ayudar a los bomberos en su extinción.
John Todd. Aguador con sombrilla (1826). MH 2006/6/5

Se dedicaban al suministro público 22 fuentes, procedentes de 5 Viajes de agua diferentes. Algunas son fuentes de campanillas, monumentales, orgullo de la Villa, como puede ser la propia Fuente de Cibeles, dedicada al mismo tiempo a embellecer la ciudad y a dotarla de recursos hídricos. Otras fuentes son más modestas y apenas han dejado huella en la memoria popular, como la Fuente de la Calle del Soldado, del Viaje de la Castellana.

Aguador de la Fuente de Cibeles en Madrid. MH 3959 

Cada fuente tenía uno o dos encargados que, con el nombre de cabezaleros, organizaban el suministro a los aguadores asignados a ellas y prevenían los posibles conflictos que se podían dar con los vecinos, ya que estaba completamente prohibido entorpecer el paso de las aguas por los caños destinados a la vecindad. Leemos:

 “Los cabezaleros tiene la obligación de impedir que se laven ropas, verduras, cacharros, ollas o marmitas de rancho; que se bañen perros u otros animales, que abreven caballerías ni se arrojen inmundicias dentro de los pilones de las fuentes, conservando en ellos el agua, y haciendo que por los llenadores se limpien con la frecuencia necesaria.”

Trabajos de relleno de las cubas en la Fuente del Berro (1868)

Dice Jiménez Mancha que en 1924 quedaban todavía una docena de aguadores prestando servicio en la ciudad, cobrando muy caro su trabajo. Un trabajo que como el de las lavanderas, los serenos, los mozos de cuerda, los esportilleros, los carboneros, etc. acabó sucumbiendo al progreso a pesar de su enorme trascendencia para la ciudad.

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