Originalmente Publicado el 19 de Diciembre de 2013.
Los ataques a la propiedad intelectual han existido siempre y siempre
los artistas han intentado luchar contra ellos con los medios a su
alcance. Esto es también válido en el momento de mayor gloria de las
letras españolas, el Siglo de Oro, cuando proliferaron las ediciones
piratas de los autores más importantes por las que estos no recibían
ninguna compensación económica.
Una de las estratagemas adoptadas por
los escritores fue la de incluir un retrato al inicio de la obra que
indicaba que ésta se había impreso con su autorización, gracias a lo
cual han llegado a nosotros muchos retratos contemporáneos de Lope,
Góngora o Quevedo. De la misma forma en que ahora los escritores
modernos nos miran desde la solapa de sus libros con actitudes
intelectuales, despreocupadas, incómodas o desafiantes (ver http://www.fotosdesolapa.com),
los autores del Siglo de Oro tenían que decidir cómo querían aparecer
ante sus lectores y qué imagen querían transmitir a través de cómo se
veían a sí mismos.
El caso de Lope de Vega, estudiado entre otros por José Manuel Lucía Megías en el catálogo de la exposición "Lope de Vega en la piel de Brugalla"
que se celebra estos días en la Imprenta Municipal, ilustra a la
perfección este tipo de prácticas que también tenían como objetivo
forjar la propia imagen del escritor y a través de ella su propia
leyenda. Para perdurar, en definitiva, a través del tiempo.
La primera imagen a nuestro alcance nos
muestra a un Lope de Vega retratado como un perfecto caballero. Algo
rejuvenecido si se considera que en 1598, fecha de la edición de la
obra, contaba con 36 años. Bien vestido con ropajes de calidad y cuello
almidonado, dentro de una orla formada por una caña y una serpiente que
muerde su cola, que es símbolo de inmortalidad. Y con un lema "Quid
Humilitate invidia?" (“¿Qué puede hacer la envidia contra la humildad?”)
con el que insinúa ser víctima de este pecado capital y proclama ufano
sus orígenes humildes.
Más adelante, Lope da muestras de no
conocer la modestia, al permitir en 1609 ser retratado en un busto
esculpido bajo de un Arco triunfal romano. Vemos cómo el arco está
adornado por el escudo que él (y probablemente sólo él) consideraba como
el familiar: el de la casa de los Carpio con los que compartía apellido
y no sabemos si linaje.
Este mismo escudo ya había aparecido en
la edición del libro de 1602 "Isidro, poema castellano" con las 19
torres conquistadas por el belicoso Bernardo del Carpio en época de
Carlomagno, nada menos. Estas pretensiones de nobleza y ampulosidad eran
tomadas a chufla por sus contemporáneos. De esta manera, Góngora en un
alarde de malevolencia llegó a escribir:
“Por tu vida, Lopillo, que me borres
Las diez y nueve torres del escudo,
Porque, aunque todas son de viento, dudo
Que tengas viento para tantas torres (…)”
Las diez y nueve torres del escudo,
Porque, aunque todas son de viento, dudo
Que tengas viento para tantas torres (…)”
Y rematando el soneto, y aludiendo al matrimonio de Lope con la hija de un carnicero, decía así:
“(…) No fabrique más torres sobre arena,
Si no es que ya, segunda vez casado,
Nos quiere hacer torres los torreznos.”
Si no es que ya, segunda vez casado,
Nos quiere hacer torres los torreznos.”
Claro que Lope, previamente, había escrito:
¿Qué captas, noturnal, en tus canciones,
Góngora bobo, con crepusculallas,
si cuando anhelas más garcibolallas
las reptilizas más y subterpones? (…)
Góngora bobo, con crepusculallas,
si cuando anhelas más garcibolallas
las reptilizas más y subterpones? (…)
Una mención merece el lema que encabeza
la estampa “Hic tutior fama” (“En la muerte es más segura la fama”) con
el que daba a entender que sólo tras su fallecimiento se le apreciaría
merecidamente, una vez estuviera a salvo de la envidia, que perseguía
incansablemente su genio y que, según él, motivaba todas estas críticas.
Más adelante comenzamos a ver la imagen
que se ha transformado en icónica de Lope de Vega. La del sacerdote
ordenado en 1614 que acabaría entrando a formar parte de la Orden de San
Juan. Lejos quedan los tiempos de juventud y excesos en los que a Lope
se atribuyeron infinidad de aventuras galantes.
Aunque claro, sin poder evitar seguir
siendo retratado luciendo símbolos de triunfo, como el de la corona de
laurel que luce en esta edición de “Rimas humanas y divinas del
licenciado Tome de Burguillos” de 1634.
Como resaltan Campana y Megías, es
evidente que la descripción que hace de si mismo Miguel de Cervantes,
con quien también se intercambió mandobles en forma de sonetos, en el
prólogo de sus Novelas Ejemplares (que por cierto no cuenta con el
retrato del escritor), no es más que un intento de ridiculizar el afán
de notoriedad de Lope presentándose a sí mismo de forma casi
caricaturesca.
"Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos estremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies; éste digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha (…)."
Para saber más:
- Patrizia Campana "De Cervantes a Lope de Vega: Dos notas sobre la Novela ejemplar" Actas de la Asociación de Cervantistas de Menorca, CG III, 43.
- José Manuel Lucía Megías: Lope de Vega (1562-1635), “monstruo de naturaleza”, Lope de Vega en la piel de Brugalla, Madrid 2013.
- Antonio Sánchez Jiménez, "La apreciación de la obra de Lope de Vega entre La fama póstuma (1636) y el Diccionario de Autoridades (1726-1737)", Anuario Lope de Vega. Texto, literatura, cultura, XVII (2011), pp. 123-149.
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