Originalmente Publicado el 29 de Septiembre de 2010.
Se trata de una de las anécdotas más célebres de la historia de la Gran Vía, aunque no suele contarse en detalle. En la mañana del día 23 de enero de 1928 un grupo de vaqueros conducía hacia el matadero un grupo de más de diez reses destinadas al sacrificio ayudados por varios cabestros que mantenían junta la manada.
Se trata de una de las anécdotas más célebres de la historia de la Gran Vía, aunque no suele contarse en detalle. En la mañana del día 23 de enero de 1928 un grupo de vaqueros conducía hacia el matadero un grupo de más de diez reses destinadas al sacrificio ayudados por varios cabestros que mantenían junta la manada.
Uno de esos toros, grande y con enormes
cuernos se escapó del grupo acompañado de una vaca y se dirigió al
centro de Madrid. Tomó la Cuesta de San Vicente penetrando en la Plaza
de España donde volteó de forma feroz a Andrés Domínguez, de 67 años, y
las calles de San Vicente y Palma, hasta entrar en la Corredera Alta. El
toro iba sembrando el pánico a su paso llegando a derribar y dejar sin
conocimiento en esta calle a una vendedora, Doña Juana López, de 66
años.
El toro embravecido bajo toda la calle
hasta entrar en la Gran Vía ante la sorpresa y el pánico general. Pánico
justificado ya que en la calle Desengaño había corneado a otra persona
en la región glútea. Los viandantes huían, tropezando unos con otros,
metiéndose en portales y poniéndose a salvo del animal, que frenó su
carrera frente al Casino Militar de la Gran Vía.
En ese punto el héroe. Los gritos de la
multitud alertaron a Diego Mezquiarán, torero de profesión conocido
como “El Fortuna” que paseaba por la Gran Vía con su esposa. Mezquiarán,
que se encontraba semiretirado y que ya había pasado su mejor momento
profesional, se dio cuenta del peligro, se despojó de su gabán y lo
utilizó como improvisado capote para retener al toro e impedir que
siguiera atacando a los transeúntes. En estas un aficionado fue capaz de
reducir a la vaca tomándola de un cordel y la acercó al toro para ver
si se calmaba con su compañía, sin conseguir su objetivo.
Desde el Casino militar bajaron una
espada de ceremonia pero Fortuna la rechazó viendo que no era adecuada
para entrar a matar. Después fue una pistola lo que se ofreció para
acabar con la vida del morlaco pero el torero volvió a rechazarla
diciendo que esa no era manera de acabar con un toro.
Entre pase y pase el torero dio las
señas de su domicilio a un conductor para que fuera a recoger un estoque
de su propiedad. En el ínterin el toro, que al principio aceptó la
pelea, quiso escapar viendo que era incapaz de alcanzar al torero
pero el Fortuna consiguió retenerlo. Además del toro, Fortuna tuvo que
enfrentarse a varios jóvenes que se tomaban el asunto a guasa y
provocaban su embestida como si estuvieran en las fiestas de su pueblo,
llegando uno de ellos a ser volteado por una embestida.
Tomamos literalmente la descripción de la escena final que hizo la revista Nuevo Mundo:
“Quince minutos tardan en traérselo [el estoque]. Y mientras, Fortuna
entretiene, burla y sujeta al toro, evitando que haga nuevas
desgracias, que siembre el pánico en la ciudad. Y cuando Fortuna empuña
el estoque y fija a la res y la hiere certero, y luego, con un
descabello, la hace rodar inerte, mientras esto ocurre, la multitud se
olvida de su pánico. Y las mujeres en los balcones, y los hombres en la
calle, no sienten miedo ya. De ciudadanos atemorizados se han convertido
en espectadores…”.
Una vez muerto el toro la muchedumbre aclamó al torero, lo alzó en
hombros y lo paseó como a un ídolo mientras las mujeres agitaban los
pañuelos. A tanto llegó la algarabía que incluso cortaron la oreja del
toro y se la ofrecieron a Fortuna como trofeo.
La noticia tuvo repercusión internacional, siendo portada en varios
periódicos en Italia y Francia. Como se ve, el ilustrador francés situó
la acción en plena Andalucía, llamando mucho la atención los trajes que
imagina como típicos madrileños. El italiano en cambio sitúa la acción
en Madrid, aunque toma como escenario lo que parece ser la Calle Alcalá.
A Fortuna le concedieron la Cruz de Beneficencia como reconocimiento
oficial a su acción y la fama adquirida le dio oportunidad de seguir
toreando en España y América. Sin embargo, poco premio le otorgó la
posteridad ya que, hundido en la demencia fue ingresado en un hospital
para enfermos mentales en Lima donde murió en 1940 a los 45 años
de edad.
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