lunes, 18 de enero de 2016

El torero Fortuna mata a un toro escapado en la Gran Ví

Originalmente Publicado el 29 de Septiembre de 2010.

Se trata de una de las anécdotas más célebres de la historia de la Gran Vía, aunque no suele contarse en detalle. En la mañana del día 23 de enero de 1928 un grupo de vaqueros conducía hacia el matadero un grupo de más de diez reses destinadas al sacrificio ayudados por varios cabestros que mantenían junta la manada.

Uno de esos toros, grande y con enormes cuernos se escapó del grupo acompañado de una vaca y se dirigió al centro de Madrid. Tomó la Cuesta de San Vicente penetrando en la Plaza de España donde volteó de forma feroz a Andrés Domínguez, de 67 años, y las calles de San Vicente y Palma, hasta entrar en la Corredera Alta. El toro iba sembrando el pánico a su paso llegando a derribar y dejar sin conocimiento en esta calle a una vendedora, Doña Juana López, de 66 años.
 



El toro embravecido bajo toda la calle hasta entrar en la Gran Vía ante la sorpresa y el pánico general. Pánico justificado ya que en la calle Desengaño había corneado a otra persona en la región glútea. Los viandantes huían, tropezando unos con otros, metiéndose en portales y poniéndose a salvo del animal, que frenó su carrera frente al Casino Militar de la Gran Vía.

En ese punto el héroe.  Los gritos de la multitud alertaron a Diego Mezquiarán, torero de profesión conocido como “El Fortuna” que paseaba por la Gran Vía con su esposa. Mezquiarán, que se encontraba semiretirado y que ya había pasado su mejor momento profesional, se dio cuenta del peligro, se despojó de su gabán y lo utilizó como improvisado capote para retener al toro e impedir que siguiera atacando a los transeúntes. En estas un aficionado fue capaz de reducir a la vaca tomándola de un cordel y la acercó al toro para ver si se calmaba con su compañía, sin conseguir su objetivo.


Desde el Casino militar bajaron una espada de ceremonia pero Fortuna la rechazó viendo que no era adecuada para entrar a matar. Después fue una pistola lo que se ofreció para acabar con la vida del morlaco pero el torero volvió a rechazarla diciendo que esa no era manera de acabar con un toro. 

Entre pase y pase el torero dio las señas de su domicilio a un conductor para que fuera a recoger un estoque de su propiedad. En el ínterin el toro, que al principio aceptó la pelea, quiso escapar viendo que era incapaz de alcanzar al torero pero el Fortuna consiguió retenerlo. Además del toro, Fortuna tuvo que enfrentarse a varios jóvenes que se tomaban el asunto a guasa y provocaban su embestida como si estuvieran en las fiestas de su pueblo, llegando uno de ellos a ser volteado por una embestida.
 

Tomamos literalmente la descripción de la escena final que hizo la revista Nuevo Mundo:

“Quince minutos tardan en traérselo [el estoque]. Y mientras, Fortuna entretiene, burla y sujeta al toro, evitando que haga nuevas desgracias, que siembre el pánico en la ciudad. Y cuando Fortuna empuña el estoque y fija a la res y la hiere certero, y luego, con un descabello, la hace rodar inerte, mientras esto ocurre, la multitud se olvida de su pánico. Y las mujeres en los balcones, y los hombres en la calle, no sienten miedo ya. De ciudadanos atemorizados se han convertido en espectadores…”.

 

 Una vez muerto el toro la muchedumbre aclamó al torero, lo alzó en hombros y lo paseó como a un ídolo mientras las mujeres agitaban los pañuelos. A tanto llegó la algarabía que incluso cortaron la oreja del toro y se la ofrecieron a Fortuna como trofeo.
 

 La noticia tuvo repercusión internacional, siendo portada en varios periódicos en Italia y Francia. Como se ve, el ilustrador francés situó la acción en plena Andalucía, llamando mucho la atención los trajes que imagina como típicos madrileños. El italiano en cambio sitúa la acción en Madrid, aunque toma como escenario lo que parece ser la Calle Alcalá.

 

  A Fortuna le concedieron la Cruz de Beneficencia como reconocimiento oficial a su acción y la fama adquirida le dio oportunidad de seguir toreando en España y América. Sin embargo, poco premio le otorgó la posteridad ya que, hundido en la demencia fue ingresado en un hospital para enfermos mentales en Lima donde murió en 1940 a los 45 años de edad.


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