Hay edificios que parece que siempre han
estado ahí, en el corazón de la ciudad, testigos silenciosos de la vida
de los madrileños. Es el caso de la Casa de Cisneros, propiedad del
Ayuntamiento de Madrid desde 1909, que es uno de los más antiguos de la
ciudad. Fue construido en el siglo XVI por el sobrino del famoso
Cardenal en la Plaza de la Villa antes incluso que la sede consistorial
con la que prácticamente hace esquina. No obstante, todo tiene su
historia.
La compra de este edificio por 600.000
pesetas de las de 1909, casi por método de urgencia, supuso un escándalo
de proporciones considerables del que se hizo eco la prensa madrileña.
Desde aquí se alzaron diversas voces en contra del “despilfarro” de
dinero que, según ellos, bien podía haberse empleado en proyectos más
útiles y urgentes que la ampliación de la sede del Ayuntamiento.
En su primera página del 20 de junio de
1909, El País califica la compra en como una “alcaldada” del Conde de
Peñalver, argumentando que el dinero bien podría haberse destinado a
“…expropiar casuchas en los barrios bajos y hacer en ellos plazuelas con
árboles. Pero esta reforma, que libraría de, la muerte á centenares de
niños, urge menos que el favorecer á los actuales propietarios de la
casa de Cisneros”, sugiriendo un trato de favor hacia los herederos de
la Condesa de Oñate, dueños del edificio.
Por su parte, el Globo comentaba que el
gasto, junto con los de los kioscos de música para la Banda Municipal (a
cuyos músicos quería ver tocando a pie firme) no era justificable,
teniendo en cuenta el estado insalubre y antihigiénico de la ciudad.
Ese mismo día, El Liberal tacha el
proyecto como un atropello, teniendo en cuenta el precio, lo reducido de
las dimensiones del edificio, su estado ruinoso y el dinero que iba a
costar rehabilitarlo.
Para acabar de complicar la cuestión, el
pleno del Ayuntamiento en el que se aprobó el gasto con la oposición de
los ediles republicanos, terminó como el Rosario de la aurora entre
gritos, insultos, protestas, suspensiones y hasta agresiones físicas
entre los concejales. La crónica de la sesión, que no tiene desperdicio,
puede leerse en La Correspondencia de España del 19 de junio de 1909.
Independientemente de la idoneidad del
precio y del momento, el Ayuntamiento seguía una corriente de opinión
favorable a la conservación de inmuebles históricos que empezaba a
introducirse en el país, bien a través de restauraciones de edificios o
por la incorporación de antiguas portadas a nuevas construcciones. Pero
¿tan importantes eran las intervenciones a realizar en la Casa de
Cisneros? La respuesta, parece ser, era que sí. Una imagen de la revista
Nuevo Mundo del 12 de octubre de 1905 desvela su aspecto antes de que
la reforma cambiara su semblante hasta hacerlo irreconocible.
Como vemos, la cara del edificio que
miraba a la Plaza de Villa era de menor tamaño y no tan señorial como se
podría presumir. Desde aquí se daba paso a corrales, cocheras, cuadras y
dependencias de la servidumbre de la Condesa de Oñate. Y es que la
fachada principal del palacio, cuyo aspecto a mediados del siglo XIX era
el que muestra la siguiente estampa, no se situaba aquí, sino en la
Calle Sacramento.
El Ayuntamiento prosiguió con sus planes
de reforma y encargó la obra al arquitecto municipal Luis Bellido quien
presentó estos proyectos para las dos fachadas conservados mucho tiempo
en el Archivo de Villa y que hoy se encuentran en el Museo de Historia.
El proyecto fue aceptado y, como vemos,
se incluyó en él la creación (o invención) de una fachada a la plaza de
la Villa y la sustitución del voladizo sobre la calle Sacramento que,
según un arquitecto municipal, “repugnaba al ornato público y destruía
la forma primitiva del edificio”. Luis Bellido también decidió quitar
esta galería para dar unidad estilística a todo el edificio con el fin
de adherirse a la corriente “nacionalista” que reivindicaba el
plateresco como el único estilo artístico genuinamente español.
Asimismo, Bellido abrió una comunicación
con la Casa de la Villa mediante un pasadizo elevado y retiró el revoco
de las fachadas y del interior, lo cual desveló los parámetros
originales del edificio, así como restos de artesonado en la planta
principal.
Más que devolver al edificio el aspecto
que tuvo cuando fue levantado, éste se restauró tal y como el arquitecto
consideró que tenía que haber sido construido. A pesar de todo, la
restauración fue todo un éxito y recibió múltiples premios por parte de
arquitectos, asociaciones de amigos del arte y del propio Ayuntamiento
de Madrid. Tampoco hay que olvidar su principal virtud: la de otorgar a
la Plaza de la Villa (cuyos edificios también fueron restaurados por
Bellido) una unidad de estilo que hace que sea perfectamente reconocible
para todos los madrileños.
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